Una estafa llamada crisis "No nos dejemos engañar






Ningún grito se escucha hoy con más fuerza en las plazas 
europeas: «La crisis es una estafa», o también «No pagaremos 
la crisis». Así lo expresan los indignados griegos, el 15M de 
las plazas españolas, los huelguistas de Francia en 2010 y 
con otras resonancias, las revoluciones de los países del otro 
lado del Mediterráneo. 
Advertido que la situación económica y las medidas adoptadas para paliarla es "la crónica de un atraco perfecto" y, en este sentido, se ha preguntado por qué todo el mundo habla de crisis "cuando es una estafa".

Donde ha alertado de que el dinero "se lo han llevado" y ahora no valen las medidas de austeridad que está llevando a cabo el Ejecutivo de Mariano Rajoy y que nos llevarán "a la ruina".

En este sentido, ha lamentado que los políticos se crean "que son el poder" cuando "siempre han sido el servicio". "No nos dejemos engañar. El problema no está en el gasto público, ni la solución está en la austeridad histérica que nos está conduciendo a la ruina. El dinero se lo han llevado", ha advertido.
En esta línea, ha sido especialmente duro con los responsables de Bankia y ha censurado los blindajes de los consejeros de esta entidad que ha sido intervenida. "Buscando a quien culpar, el modo más fácil de hacerlo es responsabilizar a los propios servicios públicos y esto no es verdad. La crisis es consecuencia de la querella de la Audiencia Nacional contra los consejeros de Bankia por los presuntos delitos de estafa", ha señalado.


Desde que comenzara oficialmente la crisis, la avalancha 
de reformas y recortes sociales no parece haber conducido 
a la esperada curva de recuperación. Antes al contrario, la 
obcecación en las políticas de austeridad, los privilegios de 
las élites financieras y, sobre todo, el ataque a la deuda soberana de un número cada vez mayor de estados han llevado 
a la Unión Europea al anuncio de una nueva recesión. Y con 
ribetes aún más sombríos, a una pendiente de involución y 
degeneración política que amenaza con llevarse por delante 
el proyecto europeo, moneda única incluida. 
Lo que parece en juego es pues el futuro del continente. 
A un lado, la insistencia en lo mismo; políticas en beneficio 
de unos acreedores —los grandes agentes financieros del 
continente— que apostaron todas sus energías al beneficio 
basado en el crédito barato y la especulación financiera. Se 
trata de los mismos agentes, que hoy ven amenazadas sus 
posiciones por una crisis que ellos mismos provocaron y de 
la que sólo saldrán de pié a costa de imponer un largo periodo de galeras y de esclavitud por deudas a las poblaciones .



Como se puede adivinar, lo que sirve a la polémica en 
este conflicto es la propia definición del concepto de riqueza. 
De una parte, de nuevo, aquéllos que sólo ven la riqueza en 
los términos de su expresión formal —moneda, propiedad o 
título financiero— cuyos propietarios pueden y deben intercambiar con seguridad y garantías, sin mayores trabas que el 
legítimo derecho a hacer lo que les venga en gana. De la otra 
parte, los que en esa enorme riqueza financiera sólo pueden 
reconocer el producto social largamente expoliado en forma de hipotecas, créditos al consumo, ataques a la deuda 
pública, mercantilización y privatización de las pensiones, la 
educación, la sanidad, etc. 
¿Qué hacer, por lo tanto, en una coyuntura que se mide 
en una escala tan gigantesca, e inaprensible, como Europa? 
Sin duda seguir al movimiento, tratar de armarlo de razones, 
apoyar sus apuestas estratégicas, ayudar a proyectar su dimensión europea. En esta dirección, este libro quiere ser un 
manifiesto, una proclama, una herramienta no sólo de análisis, sino también de agitación, revuelta, revolución. 
Pero hablar de «revolución» en referencia a lo que hoy sucede en Europa ¿no deja de sonar algo anacrónico y extemporáneo? ¿En qué se parece lo que hoy ocurre en Europa con 
la Francia de 1789 o la Rusia de 1917? Seguramente en poco 
o nada. Y sin embargo, hay algo que comparten: el profundo 
divorcio entre las mayorías sociales y sus gobernantes, entre 
la vida corriente y las instituciones representativas, entre el 
cuerpo social y los grandes ordenamientos económicos que 
invariablemente prescriben el privilegio financiero. Sólo por 
esta razón, la palabra revolución se vuelve legítima y recupera 
sus viejas resonancias, hasta el punto de convertirse en la voz 
de quienes forman ya el movimiento europeo. 


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