Tenemos miedo y estamos indignados,por efecto de la politica


1,6 millones de desempleados no reciben prestaciones; agotamiento del sistema de protección social 

Cierre los ojos: encuentra o crea  un mensaje interno y potente que lo puedas usar 
cuando te sientas inseguro, o con miedo a enfrentar alguna situación. 


La crisis está de moda. No es raro escuchar comentarios sobre lo mal que están las cosas, de las crecientes dificultades para encontrar un empleo, así como de las nefastas predicciones para los próximos años.
Tanto los medios de comunicación como la clase política son especialmente útiles para lograr una atmósfera de pesimismo. Obsesionados los primeros en las áreas más nefastas del  ser humano y eficientes los segundos a la hora de resolver los problemas a los que los ciudadanos nos enfrentamos en el día a día, el perfecto caldo de cultivo para salir de esta crisis está servido.
Otra vuelta de tuerca falta al puzle y es lo obsesivo de la economía. Cuando se habla de paro sólo existen cifras, porcentajes y variaciones mensuales pero no hay referencias al impacto psicológico ni al modo en que éste afecta al modo de resolver o no las dificultades.
Si la clase política no se centrase en el pesimismo  no afectaría tanto a las cuentas públicas, pero la superficialidad del punto de vista oficial no se adentra en estos bosques, sino que prefiere el manejo de las cifras macroeconómicas, en un alarde de importancia personal y colectiva.
Lo primero que resalta es la depresión colectiva. Siguiendo a Beck, sus pensamientos negativos son cotidianos. Las malas noticias hacen mella en el inconsciente y, en vez de ver la forma de salir de las dificultades, algunos se regodean en ellas para dar lástima y ser el centro de atención en una sociedad que tiende a ignorar a todos sus miembros, definidos en clave de funcionamiento robótico. El atroz pesimismo se extiende como una epidemia pues quien no está en el paro conoce a alguien que sí lo está, con lo que el contagio emocional está garantizado. No hay nada que hacer, sólo tener paciencia y aceptar el modelo social, como suele ser costumbre en la mentalidad egocéntrica europea.
Lo segundo es el pánico. El modo de vida del viejo continente es sin duda referencia  para muchos ciudadanos del  tercer mundo, que ven en nosotros un modelo social envidiable, hasta el punto de querer imitarlo a costa de perder lo positivo del propio. Se supone que al entrar en el selecto club todo está garantizado, es decir las necesidades básicas. En países como Bélgica y Alemania el paro dura mientras se esté en desempleo y en Francia se ayuda a los jóvenes para que no vivan con sus padres, en España la sanidad es gratuita y la inercia de las decisiones políticas es la protección del ciudadano hasta lo extremo. Así lo seguro se convierte en  cotidiano y cualquier alteración despierta el terror.
La lógica consecuencia es que cualquier cambio en el nivel de seguridad provoca temor. Si comparamos la forma de vida de un europeo con la de un peruano de la sierra, éste está acostumbrado a hacer frente a las vicisitudes y se adapta a ellas, al tiempo que desarrolla su imaginación, lo cual no ocurre a un habitante del viejo continente, con una actitud mental cómoda que no soporta los imprevistos. El hecho de que no se acepte el cambio como un elemento más de la evolución provoca graves problemas.
Y ello nos conduce al tercer elemento o individualismo. El marcado yo que nos inspira nuestro estilo de vida hace que cada cual viva en su propia burbuja de autosuficiencia como núcleo de nuestra imagen de cara a los demás. Así mi éxito se debe exclusivamente a mi esfuerzo y mi fracaso a mis errores, los cuales dañan mi reputación. Lo curioso no es que se centre en lo afectivo, es decir, el más equilibrado no es el más sano, sino el que tiene los recursos necesarios para subsistir por sí mismo sin ayuda externa. El mecanismo que se produce es al menos curioso ya que lo material se convierte en compensador de la baja autoestima por una educación centrada en el proselitismo y el énfasis en lo planificado. El concepto minimalista del individuo real, el cual se ve  sometido por las fuerzas del sistema social, se contrapone con una imagen externa intacta y aparentemente indestructible. Antes hacía alusión al aspecto emocional; la dependencia en forma de inseguridad, falta de decisión a la hora de resolver imprevistos, el uso de heurístico para interpretar la  realidad sin detenerse a realizar una observación objetiva y el simple hecho de huir del malestar interno que el mismo sujeto se ocasiona disfrazándolo de calma, nos convierte en bombas de tiempo. Incapaces de ver lo evidente, y mucho más aquello que está a miles de kilómetros, el falso yo nos protege de los ataques hasta internos y como sujetos de orden nos presentamos al mundo.  Hablamos entonces de un mecanismo protector del individuo que al mismo tiempo lo corroe de forma despiadada y que, sometido a principios de equilibrio provenientes de la pura supervivencia, el dinero, crea un necesario ajuste tan preciso que cualquier sorpresa hace saltar por los aires nuestro mal llamado bienestar interno y pone de manifiesto nuestro rol de receptores exigentes que no se ajustan a los cambios.
No dejarse fluir impide resolver problemas y éstos lejos de permanecer inertes se incrementan y fusionan generando otros distintos. Desatender las necesidades internas para ajustarse a la imagen externa de firmeza se convierte en algo necesario, sobre todo hacia las propias emociones que se ven pisoteadas por los estándares de las relaciones sociales basadas en la apariencia y la calma. Dichas emociones generan a su vez dependencias hacia lo externo (ya  sean otras personas u objetos) pues detrás de estos sentimientos existen mensajes o exigencias que el propio sujeto ha de complacer para tener un bienestar interno real y no fingido, como en el caso de poner los límites con personas cercanas, siempre tan necesarios, o mejor dicho, de ponérselos a uno mismo ante algo que nos parece injusto. Algo parecido ocurre con las experiencias  de los demás. Por ello es mejor hacer caso omiso y mirar a otro lado, porque se cree que la fuerza del individuo ante el sistema es nula y nada se puede hacer frente a los abusos. En este contexto de justicia hipócrita el sistema, que siempre se ajusta a las necesidades de sus amos, se aprovecha de la necesidad de un equilibrio subjetivo falso dentro de la tormenta del caos.
Es por ello que muchas veces se buscan viejas recetas para salir de una situación de estancamiento, como la actual o se espera a que funcionen sin más, lo cual va en contra de la imaginación. El pensamiento creativo es más que indispensable en situaciones como las actuales, ya que las viejas estructuras sociales se tambalean para dar lugar a otras y, por lo tanto, el modelo de interacción entre las personas ha de variar. Ya no sirve la apariencia como pantalla, sino mostrar los valores y capacidades que convierten a una persona en fiable y congruente, es decir, que piense, diga y haga lo mismo. Así la acción de dar no parte del ego, sino de la generosidad. Claro que todo esto va en contra del individualismo y los problemas se repiten. Si se establecieran modelos de relaciones sociales más reales en las que se produjera el intercambio aprendizaje-aprendizaje o aprendizaje-desaprendizaje, las relaciones humanas no sólo serían más sinceras sino que las aptitudes de ambas partes permitirían ir más allá de las soluciones que el sistema ofrece y se pondrían en práctica otras más útiles y motivadoras para ambas partes.
Lo evidente es que partir de un modo de pensar anclado en el pesimismo, los peros y los imposibles no conduce a situaciones positivas sino del mismo tipo, del mismo modo que las relaciones que las personas establecen consigo mismas crean el contexto que las rodea y los rasgos de los sujetos a los que son receptivos, recibiendo la energía en la misma frecuencia con que se envía. Por ello si la sociedad europea es acomodada en todos los sentidos, dependiente del exterior más no de la fuerza interior, de la cual casi no se ocupa, lo lógico es la creación de contexto de frustración en la que no se recibe lo que se cree desear sino lo que se siembra. La no exploración del yo más transcendental, aquél que nos hace crecer sin límites, provoca problemas en los que surge el estancamiento y el desempleo es un buen ejemplo de ello. Al fin y al cabo en un continente en el que el orden y el sentimiento de culpa se han convertido en norte de su cultura a lo largo de los siglos, la verdadera responsabilidad, aquélla que pregona la ley de la causa y efecto como principio universal, no se da con tanta frecuencia como fuera deseable y tampoco puede esperarse de la sociedad, a menos que se produzca un cataclismo que destroce todo lo conocido, inclusivo nuestras ideas más añejas y a las que tanto apego tenemos.
Y a veces parece que el designio va en esa dirección. La retirada de la psicología de la Ley Orgánica de Profesiones Sanitarias no sólo dificulta el papel de estos profesionales, sino que los excluye en beneficio de los psiquiatras, los cuales con sus pastillas mágicas hacen sus milagros. Esta doctrina es tan frecuente que incluso para el tratamiento del DAHL, centrado en el déficit de atención, se indica que el trastorno es para toda la vida y que la solución es la medicación, según versiones de la Junta de Andalucía.  Está claro que las autoridades quieren conservar sus viejos esquemas más que nunca, ante la grave amenaza de la situación, la cual pone de manifiesto los errores de un sistema sanitario ineficaz que sigue sin centrarse en la mente, y, muchísimo menos en lo espiritual, para volcarse en lo más cómodo: la píldora.
Por ello es necesario desaprender y volver a asimilar de la nada. Sólo con una visión humilde se puede salir de la crisis, sólo con imaginación y valentía para ver en los errores la oportunidad de experimentar el potencial del éxito se pueden resolver los problemas no sólo de Europa sino del mundo, porque de ello dependemos cada día más. Más vale entonces poner nuestra forma de vida en cuarentena, con todos nuestros viejos cimientos y preguntarnos hasta cuándo seguiremos pensando qué desgracia la nuestra.
 En general, las personas creen que si fracasa la experiencia, fracasa la persona y 
eso es una falacia, dado que esto da lugar a que el miedo aparezca como una 
coraza infranqueable que inhibe cualquier desarrollo; quiero que sepas, que esta 
es una de las primeras justificaciones para que no hagas lo que hay que hacer. 
Aquí convendría te detengas un poco y pienses, ¿es verdad que si fracaso en tal o 
cual situación también fracaso yo? 
Aunque quieras convencerte de que esa es la verdad, en el fondo, tu sabes que 
eso no es real. Porque la verdad, o por lo menos en la que creo, es que se fracasa 
cuando no se experimenta, esto es fracaso, porque es quedarse en el lugar de la 
queja y el dolor, sin accionar algo que permita un nuevo resultado o estado, es 
como escudarse en los “no puedo”, cuando en realidad si puedes, lo que sucede 
es que tienes miedo y por ese miedo  mas de una vez injustificado, no accionas lo 
que necesitas, es como quedarte con los “noes” de la vida, en vez de buscar los 
“sies” que te rodean. 
Aunque no lo creas, vivir bajo el poder del miedo te quita lo mas importante que 
tienes en la vida, que es tu posibilidad de “ELEGIR”, qué quieres ser y hacer con 
tu vida. 
En realidad, el trabajo que sería adecuado realices es que entiendas y aprendas 
que el miedo es una emoción como cualquier otra, sólo que le otorgas una 
dimensión y un significado, en donde pasa a tener todo el poder sobre cualquier 
cosa novedosa que quieras realizar hoy.  
En la medida que aceptes que el miedo es parte del camino que tienes que 
recorrer para tu crecimiento y mejora, es la posibilidad que te brindas a vos mismo 
de modificar y cambiar aspectos que hasta hoy impidieron que fueras feliz. 

Comentarios

jorge martin ha dicho que…
Nos tratan como a borregos y encima les hacemos la ola. Para la solución de la crisis actual desde todos los sectores .

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