Que los tuareg se unan a Al Qaeda es increible






Los nómadas del desierto Los tuareg forman parte del mito: jinetes sobre elegantes camellos, viajeros en una tierra infinita, son, para los europeos, uno de los últimos pueblos libres de nuestro planeta.

Pero la realidad es muy diferente. Sometidos a unas condiciones extremadamente adversas, estos grupos nómadas padecen frecuentes periodos de hambre y se ven obligados a practicar el pillaje como medio de subsistencia. Víctimas de la represión colonial y de la posterior división del desierto en áreas, actualmente viven recluidos en tres Estados y su libertad de movimientos está muy restringida.
La sedentarización y la necesidad de buscar nuevos medios de vida es, por lo tanto, el destino de este pueblo antiguamente poderoso y temido.
Los tuareg son un pueblo de pastores nómadas que habita en el desierto del Sahara y en las sabanas del Sahel. Esta zona se extiende a lo largo de un millón y medio de kilómetros cuadrados y comprende territorios de tres Estados africanos: Argelia, Malí y Níger. La vida es extremadamente dura en este rincón del planeta: el agua escasea, las tormentas de arena son muy violentas y la diferencia de temperatura entre el día y la noche es abismal.
Tuareg. Nómadas del desierto da cuenta de cómo este pueblo se ha enfrentado desde tiempos remotos a un medio tan hostil adaptando su economía pastoril a los recursos disponibles.
 Los tuareg pertenecen al grupo de los bereberes que habitan en el norte de África y en la antigüedad recibían el nombre de libios por parte de griegos y romanos. Como consecuencia de la invasión árabe (del siglo VII al XI), estas sociedades se fragmentaron. Los tuareg se refugiaron en los macizos centrales del desierto, conservando la lengua original (el tamasheq) y la antigua escritura (el tifinagh).
Pese a convertirse al Islam, nunca abandonaron sus creencias animistas. La historia de este pueblo nómada sólo es conocida parcialmente gracias a los textos de los cronistas árabes, que se refieren a ellos como valientes guerreros que asaltaban caravanas y conquistaban ciudades, como Tombuctú. A través de citas de antiguos textos, leyendas, mapas, amuletos y tablillas coránicas, este primer apartado repasará los capítulos más importantes de la historia de los tuareg.
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Escuelas cerradas, mujeres reprimidas, periodistas condenados a latigazos, alcohol proscrito... Los tuaregs y Al Qaeda convierten el norte de Malí en la nueva patria del islam más rigorista

Sacaron a rastras del cortejo a una de las mujeres que más vociferaban. Estaba tendida en el suelo y la golpearon con una fusta de camello. Las demás mujeres les tiraron piedras, y los barbudos les respondieron cargando, pero al cabo de un rato se marcharon”. Afalawas, un targui, muestra una rabia contenida cuando narra desde Kidal , en el norte de Malí, el desarrollo de la manifestación para protestar contra la imposición en la ciudad de la sharia  (ley islámica).
“Al día siguiente, las mujeres se echaron de nuevo a la calle, acompañadas por algunos jóvenes, y eran incluso más numerosas, unas 150”, recuerda al teléfono Afalawas, que hace años conducía a los turistas con un todoterreno por el desierto del Azawad . “Hemos echado a los turistas y ahora no hay trabajo”, se lamenta. “Vegetamos”.
Aunque en Kidal las mujeres eran mayoría, no es la única ciudad de la franja septentrional de Malí en la que se rechaza en la calle la sharia. En Gao, por ejemplo, fueron jóvenes varones los que osaron protestar hace semanas contra la prohibición de escuchar música y de fumar en la calle. No se atrevieron a levantar la voz contra los mayores tabúes, el consumo de alcohol o los paseos callejeros de personas de sexo opuesto sin relación familiar entre ellas.
la bella Tombuctú .
Cuentan que, después de un viaje muy largo y fatigoso, llegan a una playa donde descargan sus mercancías. Una vez dispuestas ordenadamente sobre la arena, las dejan allí, y ellos se alejan y encienden grandes hogueras para anunciar su llegada a quienes viven en aquellas tierras. Al ver el humo, los nativos salen de sus poblados y van hacia la playa, se acercan a las mercancías, las examinan y, tras depositar junto a ellas tanto oro como creen que valen, desaparecen de la vista. Entonces, son los cartagineses quienes se aproximan, y si consideran que el oro es suficiente, lo recogen y se van; pero si no les parece bastante, no lo tocan y se retiran de nuevo, y reavivan el fuego hasta que el humo vuelve a cubrir el cielo. Los nativos acuden entonces por segunda vez y añaden algo más de oro, y así se repiten las idas y venidas hasta que los comerciantes se dan por satisfechos". Se acabo la libertad



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